El moro corellano

BIBLIOTECA DIGITAL CORELLANA



EL MORO CORELLANO

    

    AVENTURAS Y DESVENTURAS DE ELEUTERIO OCHOA

   

                        Escrito por: JOSE MARÍA IRIBARREN

  

                      Editorial GÓMEZ - PAMPLONA - MCMLV

      

    INTRODUCCIÓN

   
     La verdad es que no sé por dónde comenzar esta historia. Creo que lo mejor será que os cuente, antes que nada, cómo se me ocurrió escribirla.
     Hace tres años me enteré de que en la revista África se había publicado un artículo acerca de un corellano que, habiendo cometido un crimen en su pueblo y estando de presidiario en Melilla, se pasó al moro a mitades del siglo último y seguía viviendo en Marruecos a mitades de la centuria actual.
     La noticia me la proporcionó un amigo que conocía mi obra Historias y Costumbres y el capítulo titulado “Andanzas y aventuras del tudelano Fermín Zubiri”.
     En él había yo recogido la historia de un tipo de mi pueblo, valentón, saleroso y granuja, que estuvo preso cuatro años en el penal de Ceuta, que peleó con los carlistas en la primera guerra civil, y que cuando el Convenio de Vergara pasó a. Francia, se alistó en la Legión de Extranjeros y embarco para Argel.
     Un día, en un combate con los árabes, cerca de Orán, nuestro mozo cayó prisionero en circunstancias para él tan favorables, se había erigido en defensor de un grupo de mujeres contra la furia de sus propios camaradas, que el Bey de los infieles lo tomó a su servicio, le otorgó su confianza y le envió, como embajador suyo, a la corte del Sultán de Marruecos, donde consiguió hacerse tan simpático al Sultán y a su favorita, que pasó a convertirse en alto personaje de la corte y se dio la gran vida.
     Estando en Fez, le complicaron en una vasta conjuración que tenía por objeto apoderarse por sorpresa de Argel, abrir sus puertas a los guerreros de las tribus vecinas y acuchillar a la guarnición.
     Pero Zubiri, que era ladino y sabía jugar con dos barajas, entró en Argel, se entrevistó con los conspiradores, denunció la conjura, lo que le valió un premio, y volvió a reunirse con sus camaradas. En el primer combate que éstos tuvieron con el enemigo hizo tales alardes de valor, que el general le regaló un caballo y. le dio la licencia absoluta.
     Esta era, en resumen, la historia que yo había relatado en mi citado libro.  Por eso, la noticia de que un mozo corellano se había pasado al moro pocos años después de que Zubiri saliese de Marruecos, atrajo mi interés.
     Busqué inmediatamente la revista África en el archivo provincial de Navarra y me encontré con que, en el año 1943 y en los números 19 y 20, el franciscano Padre Vicente Recio había dado a conocer parcialmente un manuscrito de 180 páginas, existente en la Biblioteca de la Misión Católica. de Tetuán y cuyo título era: “Historia de la vida de Eleuterio Ochova y Delgado, natural de la ciudad de Corella en el reino de Navarra, escrita en la ciudad de Fez. Año 1865”.
     El Padre Recio había estudiado el manuscrito, fijando su atención principalmente en la parte del mismo que pudiéramos llamar africana, donde Eleuterio Ochoa refería su vida en Marruecos desde 1848 hasta 1865, sus observaciones sobre el país, sus diversas expediciones guerreras como artillero del Sultán y la impresión que en el ánimo de éste y de su hermano Muley Abbas causó la guerra contra los españoles de los años 1859-60.
     Aquel trabajo del franciscano me animó a conocer el original. Yo sospechaba, y no me equivoqué, que las memorias del corellano contendrían detalles y noticias de su vida en España que en el extracto figuraban someramente expuestos y que habrían de ser muy interesantes para mí y para los navarros. La historia de Eleuterio Ochoa tenía mucho de novelesca, y algunas de las frases del autor copiadas textualmente reflejaban a un ribero castizo que sabía escribir con soltura y con dejes de humorista y filósofo.
     Autorizado por el Vicepresidente de la Diputación y en nombre de la “Institución Príncipe de Viana”, me dirigí al Padre Recio, solicitando me facilitase copia del manuscrito. Tardé bastante en obtener respuesta, y al fin, puestos de acuerdo en cuanto al precio de la transcripción, recibí un día tres copias a máquina: una para el Archivo provincial, otra para el Vicepresidente de la Diputación, y la tercera para mí.
     Cuando terminé de leer las memorias completas del corellano, resolví publicarlas.
     Había en ellas, como yo supuse, multitud de episodios inéditos referentes a su vida en el pueblo, a su crimen, a los motivos de éste y a sus andanzas y aventuras por tierras españolas y africanas antes de que se resolviera a pasarse al moro.
     Por entonces me dirigí al párroco de la iglesia de San Miguel de Corella, pidiéndole datos sobre Eleuterio y sobre su víctima, y me los facilitó inmediatamente.
     Pero dejé pasar el tiempo. Andaba yo entonces metido en la publicación de mis dos libros, Vocabulario Navarro y El patio de caballos, que requerían toda mi atención.
     Esta espera creo que fue beneficiosa, porque me dio la pauta de cómo había de enfocar mi labor al dar a conocer la biografía del corellano.
     Copiar ésta tal y conforme estaba, añadiéndole breves notas aclaratorias, como pensé al principio, hubiera sido una labor muy fácil para mí. Pero de esta manera, dando del libro una versión textual, yo estaba cierto de que su lectura había de resultar confusa y fatigosa: lo primero porque Eleuterio escribe a su aire y a la buena de Dios, y lo segundo porque mezcla en su relación materias tan ajenas a la índole del libro como son, entre otras, los Mandamientos de la Ley de Dios, brevemente glosados, quince fábulas de Samaniego y una de Iriarte, siete máximas morales en verso, varios casos  de condenados a muerte que lograron salvarse a última hora, el romance de un crimen cometido en Mequínez, y diversas historias de la vida interior y política de Marruecos, que al lector español poco o nada podían interesarle.
     También se hacía preciso suprimir la tercera parte de las Memorias: “Que trata del carácter vida y costumbres de los habitantes de Marruecos” donde a veces Ochoa expone juicios propios. Y otras parece copiar noticias procedentes de   libros e historias de la época.
     En vista de todo ello, decidí dar una versión mía, personal, de la obra del corellano, colaborando con su autor y entremezclando a su relato comentarios, observaciones y aclaraciones de mi cosecha. De esta forma conseguiría amenizar la relación de sus desventuras y completarla, fijando fechas, aclarando nombres e incorporando datos procedentes de libros, diccionarios y geografías del tiempo en que ocurrieron los sucesos a que alude el protagonista.
     Por otra parte, creí oportuno intercalar en el relato de sus andanzas por Marruecos algunos de los juicios que acerca de los moros, de su ejército y de su régimen penitenciario figuran en la parte tercera del manuscrito, ampliando de esta forma sus noticias con sus observaciones personales consignadas aparte.
     En ocasiones pongo en forma de diálogo conversaciones que el autor refiere escuetamente. Y en este caso, como en todos los demás, he puesto gran cuidado en no fantasear, en no inventarme nada y en atenerme estrictamente a los datos del texto o de las obras consultadas.
     De esta manera. las memorias de Ochoa, en lo que pueden interesarnos, aparecen enriquecidas con multitud de datos y comentarios.
     Es posible que algún lector, a la vista de estas aclaraciones, me reproche el haberse perdido el tiempo en estudiar la vida de un delincuente que huyó tres veces de las manos de la Justicia y que en su última escapatoria se pasó al campo infiel. Pero, aparte de que su primer crimen tenga muchas o pocas atenuantes, téngase en cuenta que los escritores buscamos más el interés humano y novelesco de un individuo que su alta alcurnia o nombradía. La vida de un criminal, de un pordiosero o de un soldado raso puede tener mucho más atractivo literario que la de un sabio insigne o la de un general cargado de laureles. Esto sin contar con que no es fácil dar con un español que haya tenido la curiosidad o el humor de escribir sus memorias, legándonos un testimonio vivo y auténtico de su paso por este mundo.
     Yo ya sé que Corella se ufana de contar entre sus hijos a varios generales, ministros médicos y teólogos. Que en Corella nació Blas de Laserna, el mejor tonadillero de la España de Goya, y que, a pesar de estar Corella a muchas leguas del litoral, dio a nuestra escuadra nada menos que trece almirantes.
     Que me disculpen, pues, los corellanos si relato la vida de un mozo que cometió en su pueblo un homicidio y que en 1860 figuraba entre los artilleros del Sultán marroquí cuando otros militares corellanos peleaban contra los moros en los campos de Tetuán y Wad-Ras.
     Para mí, Eleuterio Ochoa a pesar de sus varios delitos y de su extrañamiento al campo infiel, es el clásico mozo de mi Ribera tudelana, con todas las virtudes y defectos de los mozos de esta región: valeroso, violento y de sangre caliente, un tanto fanfarrón y un mucho irreflexivo pero bueno en el fondo y con una gran dosis de nobleza, franqueza y lealtad.
     La serie de desgracias que hubo de padecer, durante su vida las considera como expiación de su crimen, y en el prólogo de sus Memorias estampa estas palabras, dignas de un corazón arrepentido y de un alma reciamente católica:
     “Los motivos que han guiado a mi pluma a escribir los sucesos de mi vida han sido con objeto de que si llego a morir en este país, sepa la posteridad que si en el mundo he cometido un delito, bien amargamente lo llevo expiado, y que, aunque tarde, me hallo sinceramente arrepentido”.
     Cuando escribe esto tiene cuarenta y un años y vive en Fez, como un marroquí más, casado con una mora de la que tuvo descendencia. Y para que ninguno pueda creerle un renegado añade:
     “Asimismo quiero y es mi deseo que sepan todos los lectores que me he hecho moro de palabra, no de corazón, por no poder pasar por otro punto, para librarme del tormento de una condena de veinte años y retención que me tenía asombrado; así es que he abandonado los objetos que me son más queridos en el mundo, cuales son mi patria y mi familia, pues la religión que mis padres me han enseñado la conservo en el fondo de mi corazón y tengo muy presentes las máximas del tesoro de la moral cristiana, los Mandamientos de la Ley de Dios, las obras de Misericordia y demás oraciones y doctrinas de la Iglesia.
     Creo en un Dios todopoderoso y en Jesucristo su único Hijo y en el Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero…, etc.”
     Tras de esta profesión de fe, nuestro hombre añade que, a fin de que sus hijos el día de mañana no se avergüencen de él, ha querido confesar sus faltas y las razones que le impulsaron a escapar del presidio de Melilla.
     Para final, expresa su confianza de obtener el indulto cuando el entonces Príncipe de Asturias alcance la mayoría de edad y sea coronado con el nombre de Alfonso XII (él dice, por error, Alfonso 9º). “Entonces –añade– aún podré volver a mi querida patria, a trabajar honradamente como Dios manda y olvidar los agravios y padecimientos, comenzando una vida nueva”.
     Pero pongamos fin a este preámbulo y entremos a narrar los episodios de la agitada y novelesca vida de nuestro personaje.

Si quieres leer esta obra de José María Iribarren clica aquí

BIOGRAFÍA DE ELEUTERIO OCHOA DELGADO (1824 - 190?) 
    
    Aventurero cuya autobiografía (Historia de la vida de Eleuterio Ochova y Delgado, natural de la Ciudad de Corella en el Reino de Navarra, escrita en la ciudad de Fez, año 1865) descubrió P. Vicente Recio en la Misión católica de Tetuán y la publicó parcialmente en la Revista «África» en 1943; luego José María Iribarren escribió en 1955 un libro titulado «El moro corellano».
    Nació en Corella el 18 de abril de 1824, hijo de Francisco Ochoa Peralta y de María Delgado Marcilla, quedando a los dieciséis años huérfano de padre y madre; a los diecinueve (el 11 de febrero de 1844) mató en una reyerta a otro mozo (Manuel Sesma) y huyó de Corella, pero fue detenido quince días después en Carcastillo.
    Llevado a Tudela fue condenado a morir en garrote, pero la Audiencia de Pamplona le rebajó la pena (8 de junio) a diez años de presidio en África, pasando mientras tanto al presidio de Zaragoza y de allí a trabajar a la provincia de Palencia en el Canal de Castilla, donde estuvo nueve meses en el presidio de Villarramiel, y donde los trabajos fueron tan duros que de los 120 condenados que salieron de Zaragoza sólo nueve supervivientes fueron llevados el 10 de junio de 1845 al Hospital-prisión de Valladolid, de donde salió para África camino de Madrid y Toledo.
    En Toledo, el 20 de agosto se escapó con otros quince reclusos, pero volvió a ser detenido y devuelto a Toledo, de donde a finales de octubre fue llevado a Cartagena y el 6 de enero embarcado en la goleta «La Joven Camila» para Ceuta, aunque le pidieron otra pena de muerte, pero se le condenó (16 de marzo de 1847) a otros diez años de presidio, saliendo siete meses después para Cartagena y embarcando (en la misma «Joven Camila») para Ceuta y luego Melilla.
    El 14 de junio de 1848 tomó parte con los demás presidiarios y el ejército en el golpe de mano contra el cuartel de Santiago, ocupado por los moros, por cuya acción le rebajó el Gobierno un año de pena; pero el 29 de julio, con otros siete penados y el cabo que les custodiaba, se escapó de nuevo, esta vez a los moros, presentándose al cuartel de Santiago donde pocos días antes entró a bayonetazos y allí, cuando ellos creyeron hallar la libertad, se encontraron que fueron vendidos por un duro cada uno.
    El amo de Eleuterio se lo llevó a su pueblo, pero no pudiendo soportar la esclavitud, se escapó de nuevo con otros cinco de los fugados guiados por un valenciano (que luego le delató falsamente) camino de Fez para ofrecer sus servicios al Sultán.
    En Tazza se presentaron al Gobernador, que era el Jalifa Muley Dris, hijo del Sultán, quién después de pelarlos, bañarlos y vestirlos a lo moro, los mandó al campamento de su padre que estaba en guerra con una cabila rebelde. El Emperador Muley Abú Abderramán los recibió y los enroló en el ejército cherifiano a las órdenes de un alcaide catalán que mandaba la artillería.
    Cinco días después (30 de agosto de 1848) salieron para Fez y mientras no hubiera guerra le encargaron del jardín del Sultán hasta que en octubre, al volver el Sultán, licenció su ejército hasta nueva ocasión.
    Los años siguientes los pasó Eleuterio haciendo de todo; vendiendo café por las calles, casándose con una muchacha árabe llamada Alquia Samia, siendo albañil, molinero y labrador, hasta que el Sultán le llamó otra vez al ejército en 1851 para ir a Marraquech, de donde el 10 de julio salió para someter a la cabila de Senmur que se había negado a pagar el tributo.
    Volvió a Fez dos meses después y se pasó tres años destinado a chocolatero real, pero envidiándole el valenciano, le acusó de un crimen que no pudo cometer porque entonces estaba en Melilla, pero le metieron en la cárcel donde estuvo cinco meses, hasta que su mujer pudo interceder por él, volviendo otra vez como artillero a luchar contra Senmur.
    En 1859 sometió de nuevo a los de Senmur y el mismo año murió el Sultán, a quien había servido con cariño, sucediéndole uno de sus sesenta hijos, Sidi Mohamed, y como España le declaró la guerra, el nuevo Jalifa Muley Abbas salió al frente de diez mil hombres, mientras el Sultán, viendo la diferencia de armamento y disciplina, llamó a Eleuterio para que instruyese a los moros en el manejo del cañón. En tanto las victorias de 'I'etuán y Wad-Ras obligaron a los moros a rendirse.
    Eleuterio cuenta las tristezas del nuevo sultán y cómo envió a su hermano a España para pedir a Isabel II condiciones menos duras, llevándole regalos primitivos (plumas de avestruz, cuernos de rinoceronte, etc.) y cómo volvió Muley Abbas sorprendido del ferrocarril.
    Todavía salió a la campaña de El Garb contra el cabecilla Chirely, que fue asesinado, y a la defensa de Marraquech, que estaba sitiada por las tribus rebeldes, siendo derrotadas.
    Licenciado ya, fue por Rabat y Mequinez a Fez a reunirse con su mujer y sus hijos y en 1865 escribió sus memorias, añadiéndolas tres años después una última parte, «Que trata del carácter, la vida y costumbres de los habitantes del Imperio de Marruecos».
    No se sabe dónde ni cuándo murió, aunque probablemente sería en Fez y desde luego después de 1902, pues en esta fecha escribió un memorial a Alfonso XIII solicitándole el indulto.


(Agradecimiento especial a Alberto Azcona por su interés y dedicación por las cosas de Corella y su colaboración siempre atenta y desinteresada. Cualquier persona que quiera colaborar en el desarrollo de esta BIBLIOTECA DIGITAL CORELLANA puede ponerse en contacto con nosotros a través de la dirección de correo electrónico tambarriacorella@gmail.com)





Comentarios

Entradas populares de este blog

LA GAMAZADA EN CORELLA (1893-1894)

DIEGO PASCUAL ERASO

José María Ascunce (1923-1991), pintor